La humildad es una virtud que ha sido valorada y enseñada desde tiempos inmemoriales, en diversas culturas y religiones, y podemos encontrar en la Biblia muchas referencias y enseñanzas sobre el tema. Desde el rey David hasta Jesucristo, la humildad ha sido presentada como una característica fundamental para tener una vida plena y un buen trato con los demás.
El ejemplo de David y Jesús
El salmista David es conocido por su gran amor y devoción a Dios, pero también por haber cometido errores y pecados en su vida. Sin embargo, lo que más resalta de David es su humildad y su deseo de arrepentirse y buscar el perdón de Dios, en lugar de esconder sus errores o justificarse ante los demás.
Así, en el Salmo 51, David expresa su dolor y arrepentimiento por sus pecados, y pide perdón a Dios: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos” (v. 4). Esta actitud de humildad y de reconocimiento de su propia culpa es lo que hace que David sea un ejemplo de cómo enfrentar los errores y buscar la restauración de la relación con Dios.
Pero el máximo ejemplo de humildad en la Biblia es Jesús, quien siendo Dios, se hizo hombre y se sometió a la muerte en la cruz por amor a nosotros. En Filipenses 2:5-8 dice: “Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. Él, siendo Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y fue obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!”
Las características de la persona humilde según la Biblia
Pero, ¿cómo damos cuenta de que somos humildes? ¿Cuáles son las características que debe tener una persona humilde según la Biblia? A continuación, presentamos algunas de ellas:
- No actúa con egoísmo ni vanidad. Filipenses 2:3 dice: “Nada hagan por rivalidad o vanidad; más bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo”. El humilde no busca su propio interés a expensas de los demás, sino que busca el bien común.
- Considera a los demás como superiores. En Romanos 12:10 se lee: “En cuanto al amor fraternal, deseo que se amen al uno al otro con un amor genuino; que se estimen el uno al otro como superiores”. La humildad implica reconocer que otros pueden tener habilidades, conocimientos o experiencias que uno no tiene, y aprender de ellos.
- Tiene compasión y muestra gratitud. Colosenses 3:12-13 dice: “Por tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia, soportándose los unos a los otros y perdonándose mutuamente si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes”. El humilde es capaz de ponerse en el lugar del otro, entender sus dolores y necesidades, y expresar gratitud por lo que se tiene.
La necesidad de transformación y restauración
La humildad no es solo una virtud, sino un camino de transformación y restauración. No se trata solo de “ser humilde” como una actitud, sino de buscar la guía de Dios para transformar nuestro corazón y nuestras acciones, para que sean más acordes con Su voluntad y para que vivamos en armonía con los demás.
Como dice Santiago 4:10, “Humíllense delante del Señor, y él los exaltará”. Este pasaje nos muestra que, al humillarnos, buscamos la guía y la presencia de Dios en nuestras vidas, y al hacerlo, seremos exaltados por Él. Por lo tanto, la humildad es el camino a la verdadera grandeza, porque nos acerca a nuestro Creador.
La humildad como sometimiento a la guía del Espíritu
Para poder ser humildes, necesitamos la ayuda del Espíritu Santo, que nos fortalece y nos guía en nuestro proceso de transformación. En Gálatas 5:22-23 se mencionan los frutos del Espíritu, entre los cuales está la humildad: “En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas”.
Así, ser humildes implica someternos a la guía del Espíritu para que se manifieste en nosotros el fruto del Espíritu. Esto no es fácil, porque a menudo nuestras propias ambiciones, deseos y sentimientos nos distraen de la voluntad de Dios. Pero al confiar en Él y pedir su ayuda, podemos ir transformando nuestro ser hacia la humildad que Él nos pide.
Practicando la humildad en la vida cotidiana
La humildad no se limita a situaciones extraordinarias o espirituales, sino que podemos practicarla en nuestra vida cotidiana, en pequeñas y grandes decisiones que tomamos todos los días. Algunas formas de hacerlo son:
- Escuchar a los demás sin juzgarlos ni interrumpirlos. A menudo, cuando escuchamos a otros, lo hacemos con la intención de responderles o de mostrarles que sabemos más que ellos. La humildad nos invita a escuchar a los demás con atención y con el deseo de comprender su punto de vista.
- Admitir nuestros errores y pedir perdón. La humildad nos hace reconocer que no somos perfectos, que cometemos errores y que necesitamos el perdón de Dios y de los demás. Admitir nuestros errores nos hace más cercanos y nos ayuda a limpiar nuestras relaciones interpersonales.
- No vanagloriarnos ni buscar la aprobación externa. A menudo, buscamos la aprobación de los demás para sentirnos bien con nosotros mismos. La humildad nos invita a buscar la aprobación de Dios, que es el único que nos puede dar una verdadera paz interior.
La verdadera definición de humildad
Entonces, ¿qué es la verdadera humildad? En definitiva, la humildad significa estar dispuesto a renunciar a todo lo que proviene de uno mismo, para ser obediente a Dios y hacer Su voluntad. La verdadera humildad implica someter nuestros deseos y ambiciones a lo que Dios quiere para nosotros, en lugar de buscar nuestro propio beneficio.
En el evangelio de Juan 7:17, Jesús dice: “Si alguien quiere hacer la voluntad de Dios, encontrará satisfacción en ella”. Esto significa que la verdadera humildad nos lleva a buscar la voluntad de Dios y a encontrar en ella la plenitud y satisfacción que nuestro corazón anhela.
Pero esto no es fácil, especialmente en nuestra sociedad, que nos invita a buscar la individualidad, la satisfacción personal y el éxito a cualquier costo. La humildad es contraria a estos valores, porque nos pide renunciar a nosotros mismos y valorar lo que es importante para Dios y para los demás.
La soberbia, enemiga de la humildad
En contraposición a la humildad, encontramos la soberbia, que es el pecado que nos invita a buscar nuestra propia gloria y a menospreciar a los demás. La soberbia nos lleva a hacer las obras de la carne, que se mencionan en Gálatas 5:19-21: “Las obras de la carne son obvias: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería; odios, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías y cosas semejantes. En cuanto a esto, les advierto como ya lo hice antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”.
Por lo tanto, es importante que vigilemos nuestro corazón y nuestras actitudes, y que nos esforcemos por cultivar la humildad. Como dice Proverbios 11:2, “Cuando viene la arrogancia, viene también el desprecio; pero con los humildes está la sabiduría”. La sabiduría, entonces, es el fruto de la humildad, que nos permite acercarnos a Dios y a los demás con un corazón sincero y agradecido.
La recompensa de la humildad
Además, la Biblia promete una recompensa para los humildes, mientras que a los soberbios les resiste. En Santiago 4:6 dice: “Pero él da mayor gracia. Por eso dice la Escritura:
«Dios se opone a los orgullosos,
pero da gracia a los humildes»”.
Por lo tanto, si queremos crecer en nuestro camino espiritual y en nuestra relación con Dios, debemos cultivar la humildad y renunc